Tuesday, November 21, 2006

madre coca

LA MADRE COCA

de: Francisco Carranza:
Madre Tierra, Padre Sol. Mitos leyendas y cuentos andinos
Trujillo 2000.
Kuka, que en castellano es conocida como coca, era una bella ñusta que vivía aprendiendo todas las cosas que debían saber las mujeres de su época y pueblo: tejía, bordaba, aprendía canciones y bailes para cada oportunidad, memorizaba relatos, proverbios, trabalenguas, adivinanzas, obras teatrales; identificaba las estrellas y sabía qué significaban para la vida. Sabía la cortesía y etiqueta para cada caso. Es decir, sabía lo suficiente como para ser considerada una ñusta respetable.

Estando recluida en el akllawasi, gineceo dedicado a las nobles, escuchó noticias muy alarmantes de la boca de las maniakuna, matronas que cuidaban de la educación de las ñustas escogidas. Habían llegado unos barbudos blancos que andaban sobre animales más grandes que las llamas, tenían armas como truenos y rayos, olían a guano y eran muy extraños porque comían metales preciosos como el pájaro cuchipiyo. Eran unos hambrientos de oro.

Una tarde de lluvia y niebla llegaron esos forasteros al acIlahuasi y con prepotencia pidieron posada y comida. Después de saciar su estómago se apoderaron de todas las joyas, mataron a las mamakuna que se opusieron y violaron a todas las chicas. Eran, realmente, unos indeseables.

Cada uno se apropió de una chica, y la ñusta Kuka llegó a ser propiedad de un barbudo maloliente con muchas cicatrices en todo el cuerpo. Éste, que en cada lugar se hacía de otra mujer, había llegado al pueblo con su tropa de mujeres. Kuka se sintió humillada, peor que cualquier basura. Sus padres habían muerto defendiéndose de los despojadores. Ella estaba sola, pero no quería permanecer más con ese barbudo.

Una noche contó su triste suerte a un muchacho de su pueblo. Y ambos, después de lamentarse de la desgracia general, decidieron fugarse con el objetivo de internarse en la selva donde sería más difícil de ser hallados. La selva oculta a todo el que entra en ella.

Cuando la estrella Taclla apareció sobre la cresta de] nevado cada uno de ellos salió de prisa por la empinada cuesta. Después de unas dos horas de camino se encontraron en el lugar convenido,

emocionados de poder fugarse continuaron subiendo la ladera. Pero, para sus desgracias, una vieja barragana se había dado cuenta de que Ñusta después de salir sigilosa no había regresado desde hacía más de dos horas. Comedida fue a avisar al patrón para prevenirle que una de sus chicas se había ido, seguro para engañarle con otro.

El patrón, enojado, la identificó, la llamó y buscó por toda la casa y sus contornos, y al no hallarla, mandó a sus criados que rápido le ensillaran su caballo bayo y le soltaran su galgo negro rastreador. Al amanecer los jóvenes ya habían culminado la cima y ahora corrían por una inmensa pampa a la orilla de una laguna grande. El viento frío de la jalca les azotaba el rostro. En esos momentos el perseguidor también alcanzaba la cima con el caballo botando espuma por la boca. Picó los ijares haciendo bracear a la bestia por la pampa hasta que vio a los fugitivos. Soltó a su galgo para que los alcanzara. Así que cuando recién llegaban los delicados rayos del sol el perro ya estaba debajo de una roca grande donde se habían subido los jóvenes. El cazador de animales y personas ladraba furioso, babeante y mostrando sus grandes caninos filudos. Allí llegó el barbudo perseguidor.

-Perdón, patroncito -gemía la desgraciada Kuka, arrodillada y con las dos manos juntas como la vizcacha-. Ya no haré más, patroncito...

- ¡Perra! ¡Puta! Yo no perdono a nadie, ahora vas a ver lo que voy a hacer con este maldito indio.

De un latigazo tumbó al muchacho que rodó sobre las piedras y cuando estaba levantándose lo derribó de un puntapié en el pecho. El muchacho exhaló un grito sordo de ahogo agarrándose el pecho con las dos manos. El barbudo, desenvainó la espada, presionó la punta sobre el cuenco entre el cuello y el pecho de la indefensa víctima. Y luego azuzó a su perro.

-¡Lucero, muerde!, ¡Lucero, muerde! Es tu desayuno, Lucero.

El galgo, como otras veces, comenzó a morder por todas partes al muchacho que se acurrucaba y pataleaba. La muchacha, en su desesperación, saltó sobre el hombre, hasta que un manazo la hizo rodar. El airado patrón hundió la espada en el cuenco de donde borbotó un manantial de burbujas rojas. Lucero se prendió de esa parte, comenzó a saborear la sangre y carne aún tibias y con violencia iba destrozando su presa con la violencia de los perros cazadores. El

barbudo amarró de las manos a la chica temblorosa, se tiró sobre ella con la misma violencia de su perro y así iba saciando su lujuria. Kuka se sintió totalmente abandonada, huérfana de huérfanas; en su impotencia y desesperación pensó que el lejano cielo azul, los cerros, la dura tierra, todos eran sordos, ciegos e insensibles. Hombre y perro se saciaron de sus presas; el caballo resoplaba, movía las orejas y batía la cabeza. Iniciaron el retorno arrastrando a Kuka, el caballo galopaba por el camino cascajoso y duro hasta que aparecieron unos viajeros que venían en sentido contrario. Ante esto, el barbudo jinete desató la soga, dejó el cuerpo ensangrentado y empolvado y continuó su cabalgata. Los viajeros pronto se toparon con el cuerpo desnudo y maltrecho, lo envolvieron con sus ponchos, la reconocieron, la levantaron y, lamentándose de los tiempos cambiados, se llevaron cargando hacia la región cálida de la montaña. La desfigurada e hinchada muchacha murió después de unas convulsiones largas en que abría y cerraba las manos de dedos crispados.

En el lugar que la enterraron creció una planta de hojas verdes, menudas y fragantes. Una planta como otras que crecían en esa chacra. Una anciana que estaba de paso por ese lugar escuchó muy interesada el relato de la muerte de la joven y se acercó a observar esa planta que, realmente, no tenía nada especial; pero esa noche tuvo dos sueños. En el primer sueño, una bella ñusta de trenzas gruesas, de monillo verde y de bata negra y bordada de flores de muchos colores le ofreció un puñado de hojas verdes. Y pronto se alejó prometiéndole volver con más hojas y flores. En el segundo sueño, era la misma muchacha pero de rostro y cuerpo llenos de llagas y sangre, lloraba desconsolada en el mismo lugar donde estaba el arbolillo. La anciana, compadecida, se le acercó.

-Dime niña, ¿quién eres y por qué lloras tanto? -la acarició tratando de consolarla-. ¿Acaso a tu temprana edad has cometido algún delito grave?

-Yo soy Kuka, mamita. Lloro y sufro por tanta gente que muere por culpa de los desalmados y barbudos forasteros... -no pudo continuar, el dolor y la ira la ahogaban. Después de una larga pausa habló resuelta- Pero, mamita, óigame bien: yo me vengaré. Me convertiré en la perdición de ellos, los seduciré con mi gracia de niña violada antes de ser mujer y los mataré lentamente hasta a sus insaciables descendientes. Esto me aconsejan nuestras Huacas...

Al despertar, la anciana recordó las palabras de los "los sueños de¡ alba son revelaciones", y aún con las imágenes de sus dos sueños, se levantó temprano y se dirigió a ese hacerle una visita especial. Llegando allí cogió all seductoras hojas, las masticó lentamente y le hablóde lo más profundo de su ser.

-Mamita Kuka, dime qué puedo hacer para calmar viento fresco sacudió las ramas, y la anciana sintió el dulzor de las hojas dentro de su boca. Sonrió acariciando al arbolito. En cuanto al mandato de las Huacas, haz lo que te aconsejan; si ellas el porqué. Pero cuida a nuestra gente, sigue dándo sabiduría y valor.

Otro viento fresco movió las ramas, y las hojas dentro saltaron alegres. Todo estaba aclarado.

Antes de marcharse contó sus sueños a los de la e todos que cuidaran mucho esa planta y que llevaran sus semillas a todos los lugares para que las palabras de Kuka tuvieran su real cumplimiento. Así se hizo.

Y ahora, hijos de la Madre Coca, cantemos todos:

Ayllullay, ama waqaytsu.
Markallay, ama ñakaytsu.
Mama Kuka kutimunqam
saprakuna ushatsiqnin.

No llores, ayllu querido.
No sufras, pueblo querido.
Volverá la Madre Coca
para acabar con barbudos).

Alza tus brazos, hermano. Abre tus manos, hermano. Recibe las verdes hojas. Comulguemos todos juntos.

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